Según una tradición literaria que se remonta a tiempos ancestrales y que tiene su primer exponente en Homero, en la guerra de Troya participaron, junto a los troyanos, también los vénetos. De acuerdo con las narraciones de los autores clásicos, estos eran un pueblo originario de la lejana Paflagonia, una región de Anatolia situada a las orillas del mar Negro.
Los vénetos fueron guiados por su comandante Pilemene, que murió en el conflicto. Así fue como, tras la caída de Troya, los vénetos (al igual que otros pueblos “derrotados” en la célebre guerra) encontraron en el troyano Antenor un nuevo dirigente y, como muchos otros exiliados de la historia, emprendieron una peregrinación por mar en busca de un lugar donde comenzar una nueva vida.
Desembarcaron en las costas vénetas del Alto Adriático, donde, según la tradición romana, en la época de Augusto expulsaron a los indígenas y fundaron bajo la guía de Antenor la ciudad de Padua.
Estos sucesos los narran, en particular, el historiador de origen patavino Tito Livio y el poeta Virgilio. Al inicio de su monumental obra “Ab Urbe condita” (“Desde la fundación de la ciudad”), Tito Livio afirma que Antenor, con un gran séquito de vénetos y troyanos, alcanzó la ensenada más interna del mar Adriático y juntos ocuparon aquella región. No obstante, en su texto la fundación de Padua solo se insinúa; la relación explícita se encuentra en los versos de la Eneida de Virgilio, que declaran a Antenor fundador de Padua, ciudad donde “descansa en plácida paz”.
Así, Padua habría sido fundada por Antenor y Roma por Eneas, que también escapó de la destrucción de Troya: por tanto, ambos son descendientes de sangre troyana. En el panorama de la historia antigua, Padua es la única ciudad que posee un origen común con Roma, un vínculo destinado a actualizarse periódicamente.