Este itinerario reagrupa temáticamente los lugares más importantes de la ciudad desde el punto de vista religioso.
Buena parte del recorrido se encuentra en la zona de tráfico limitado, por lo que se aconseja utilizar el transporte público. Los tres lugares situados fuera del centro histórico pueden visitarse sin usar el coche: al Oratorio de San Miguel en Pozzoveggiani y al Santuario de San Antonio all’Arcella (o de San Antonino) puede llegarse en autobús, mientras que al Santuario de San Leopoldo Mandic puede llegarse en autobús o en tranvía.
Los orígenes del cristianismo Padua siempre ha sido una ciudad con una fuerte presencia religiosa desde la conversión al cristianismo de Vitaliano, prefecto de la ciudad y probablemente padre de santa Justina, arrestada en Porta Pontecorvo, como recuerda un edículo en la plaza, y martirizada en el Circo Máximo de Prato della Valle. Su presencia en esa área no era casual: los primeros cristianos se reunían seguramente cerca de las murallas de la ciudad, en la zona meridional. Y, al parecer, Vitaliano tenía una finca en Pozzoveggiani. De hecho, esta zona tomaría el nombre de «puteus Vitaliani», el pozo de Vitaliano, que algunos asocian con el que se halla en el lado sur del Oratorio de San Miguel Arcángel. Este sitio era antiguamente un lugar de culto pagano, y aquí se alzaba un Templo de la Fortuna, pero en época muy arcaica se convirtió en un importante centro cristiano. La consagración a San Miguel se produjo probablemente en la época lombarda: este santo era bastante popular entre las poblaciones cristianas del norte de Europa.
Por tanto, es probable que santa Justina estuviera volviendo a la ciudad tras una reunión con su comunidad cuando fue detenida.
Según la leyenda, en el lugar donde se arrodilló para rezar, la piedra se volvió blanda para no lastimarle las rodillas. Pero su negativa a abjurar de su fe le costó el martirio en el Circo Máximo, en la zona donde se encuentra actualmente el Prato della Valle. Fue precisamente aquí donde los monjes benedictinos decidieron edificar una espléndida basílica en su honor. Si Milán tenía su «fábrica de la catedral», que trabajaba diligente e incansablemente, Padua tuvo su «fábrica de santa Justina». Los sucesos naturales (el medievo paduano fue testigo de muchos terremotos, incendios e inundaciones que dañaron gravemente la ciudad) y las mejoras decorativas hicieron que la construcción del edificio se perpetuase durante siglos. La presencia benedictina tuvo una gran importancia para la ciudad y para su desarrollo cultural. De hecho, tanto en Santa Justina como en la abadía de Praglia, gestionadas por los mismos monjes, desde la Edad Media se ha llevado a cabo una paciente y preciosa labor de realización y conservación de libros e incunables, pero también se ha desarrollado una de las escuelas más importantes de conservación y restauración de imágenes religiosas. El desarrollo de las órdenes y la llegada de san Antonio En el siglo XII se asientan en Padua, además de los benedictinos, los carmelitas de la Basílica del Carmen, los agustinos del convento de San Agustín, que se encontraba en Riviera Paleocapa y que fue suprimido y destruido por el ejército francés de Napoleón, y muchas otras congregaciones con menor relevancia para la ciudad.
En el siglo XIII también llegaron a Padua los franciscanos, que fundaron varios monasterios en la zona, los más importantes cerca de Borgomagno y en Camposampiero. Por este motivo, Fernando de Bulhões de Lisboa, que se convirtió en adepto de san Francisco con el nombre de Antonio, fue enviado a Padua como responsable de Venecia y Ferrara. Solo vivió dos años en la ciudad, después enfermó y falleció en la celda conservada en la iglesia de San Antonio de Arcella, que, tras la construcción de la imponente Basílica del Santo, pasó a conocerse con el nombre de «San Antonino». Pero la estancia del Santo marcó profundamente a la ciudad por sus sermones, sus milagros y su intervención en la vida pública, especialmente en las contiendas, también ideológicas, entre güelfos y gibelinos.
Las dos facciones estaban representadas aquí por el obispo, secundado por muchas familias nobles de la ciudad, y por los Ezzelini, señores de Romano, Onara y Bassano, con perspectivas expansionistas sobre Treviso, Padua e Vicenza, incansables defensores de Federico II y del imperio, del que fueron representantes e incluso parientes, cuando Ezzelino III, apodado el Terrible, se casó con Selvaggia de Hohenstaufen, hija del emperador. Así, este fuerte vínculo con la ciudad hizo que el mundo conociera a Fernando como Antonio de Padua, y aquí se lo llamaba simplemente «el Santo», olvidando prácticamente a todos los demás. Tras su muerte, la ciudad decidió construir inmediatamente una basílica grandiosa, digna del séquito, el afecto y la devoción que Antonio había generado. La basílica se construyó en un tiempo récord teniendo en cuenta sus dimensiones y su complejidad, en un estilo que combina gótico y románico, líneas bizantinas y nórdicas, oriente y occidente.
Una visita al Santo, a la plaza de la catedral y al Oratorio de San Jorge (mapa: 4) son imprescindibles para cualquiera que visite la ciudad, sea religioso o no. Entre devoción e historia Una de las iglesias más antiguas de la ciudad es la de Santa Sofía que, al igual que San Miguel, se erigió sobre los restos de un templo romano, quizá dedicado a Juno y quizá a Mitra. Raro ejemplo del románico en Padua, merece una visita por su elegancia sencilla y sus singulares espacios subterráneos, entre los que se incluye la cripta.
La iglesia de San Francisco, no muy lejana, posee una extraordinaria relevancia para la ciudad por la historia de caridad que llevó a la construcción, en sus cercanías, del hospital en el que se desarrolló el estudio de la medicina que dio y sigue dando fama a la Universidad de Padua. Un lugar muy querido por los paduanos por el altar devocional de Santa Rita es la iglesia de San Canciano, en la calle que lleva del Canton del Gallo a la Piazza delle Erbe. Aquí se celebra también la antigua misa latina (véase el sitio www.unavoce-ve.it/padova.htm).
La pequeña iglesia de San Nicolás, escondida entre Via Dante y el Teatro Verdi, debe su fama a la hermosa plaza en la que se encuentra y a la intimidad que transmite, que incita a la meditación. Pero un itinerario religioso no estaría completo sin la visita a la Catedral, el Baptisterio y el Museo Diocesano. El baptisterio está recubierto por completo de frescos, con uno de los ciclos pictóricos más espectaculares y mejor conservados del siglo XIV. El lugar de construcción más reciente es el Santuario de San Leopoldo Mandic, monje capuchino de origen croata que vivió su misión casi en su totalidad en el monasterio próximo a la iglesia de la Santa Cruz, ofreciendo confesión y consuelo a un gran número de devotos.