En los años cincuenta, la clásica excursión dominical de las familias paduanas consistía en acercarse a las Colinas Euganeas, y el medio de transporte era el Fiat 600. Rápidamente se combinó el paseo de la tarde con los pinchos o «spuncioni». Muchas familias de Teolo, Vo, Castelnuovo, Torreglia y alrededores recibían en sus patios a los primeros clientes y servían huevos cortados por la mitad con sal, pimienta y limón (los más sofisticados añadían una anchoa), judías con o sin cebolla, embutidos diversos, sobre todo salame y sopressa, aceitunas, alcachofas y, naturalmente, vino de la casa blanco y tinto. Y, de postre, la «torta della nonna» (un dulce que significa, literalmente, tarta de la abuela).
La iniciativa arraigó con fuerza, hasta el punto de que en el momento del boom económico los improvisados operadores del mundo de los «spuncioni» se transformaron en tímidos restauradores y, finalmente, en profesionales de pleno derecho.
Desde los inicios en los años cincuenta y sesenta, Padua y su provincia han mejorado sensiblemente la calidad de la oferta enogastronómica, más allá de la evolución normal dictada por el paso del tiempo. Hasta llegar a la cima internacional: su máxima expresión la representa la familia Alajmo (el padre Erminio y la madre Rita, el chef Massimiliano, los hermanos Raffaele y Laura), que cada año ocupa los primeros puestos en las principales guías de restauración italianas (Espresso, Gambero Rosso, Michelin…). Entre sus establecimientos se encuentran Le Calandre (con Il Calandrino) en Rubano, el Abc en Selvazzano, el mítico gran café y restaurante Quadri e Il Quadrino en la plaza de San Marcos de Venecia, el Stern en París, el Amo en Treviso y el Amor en Milán.
Pero el nivel general también ha crecido de manera casi exponencial, pasando con los años del comentario diplomático de «en Padua no se come mal» al más gratificante de «se come bien». Un paso mucho más complejo de lo que se piensa.